HISTORIA

Desde 1945,

Jean d'Aigle sublima la alquimia que une al hombre con la naturaleza, una conexión esencial, ancestral, única, tejida con un hilo frágil y fuente de mil virtudes. El poder de los elementos es inmenso. Las plantas y los minerales utilizan un lenguaje singular, irradiando energía vibratoria. Sensible a los susurros del mundo, la marca Jean d'Aigle busca captar lo intangible, revelar lo invisible a través de intensas experiencias sensoriales inspiradas en rituales ancestrales. Pero la naturaleza es delicada. Transcribir toda la belleza de su alma en acordes sutiles y auténticos requiere lentitud y saber hacer. Observar primero, componer después. Ir al meollo de la cuestión para llegar a lo más profundo, oler y sentir para que se produzca la magia. Cada fragancia revelará entonces su inmenso poder. Interludio casi místico en medio del ruido del mundo, las fragancias Jean d'Aigle calman el espíritu y curan el corazón. Nos reconectan con nuestros paisajes interiores y con los infinitos beneficios de la naturaleza, con lo esencial.

Una hoja arrugada es una confidencia. Revela su secreto, una parte de sí misma, y deja que nos llevemos su recuerdo.

Jean Soutter

nació en el pueblo medieval de Aigle, en el corazón de los Alpes suizos. Desde muy pequeño se sintió atraído por el mundo natural, y pasaba los días explorando los bosques más allá de los muros del castillo, recogiendo plantas y prensándolas entre las páginas de viejos libros. Su familia, descendiente de generaciones de mineros, le transmite el conocimiento de las materias primas de la Tierra, y él absorbe cada lección con insaciable curiosidad.
Una noche, durante una fiesta del pueblo, es testigo de un ritual extraordinario: hierbas quemadas en ritos sagrados de fumigación, cuyo fragante humo se eleva en la noche. Los aromas mezclados de piedra húmeda, pino y hierbas trituradas le causaron una profunda impresión.
Al crecer, la vida siguió su curso. Sus estudios le condujeron a una prometedora carrera en botánica, formó una familia y se acomodó al tranquilo ritmo de la vida cotidiana. Sin embargo, bajo toda esta aparente plenitud, había un vacío irreductible, una ausencia que no podía ni nombrar ni ignorar.

Jean Soutter

(1914-2001)

Transformar la materia en emoción, capturar el alma de los seres vivos para crear una fragancia. 

Una noche,

En busca de respuestas para su investigación, Jean se entretiene en la biblioteca de la universidad hojeando manuscritos olvidados. Allí encontró los escritos de una abadesa benedictina alemana, un texto antiguo que no se parecía a nada que hubiera visto antes. Más que un simple catálogo de plantas medicinales, hablaba de su poder para actuar sobre las emociones humanas, para influir en la mente y tocar el alma. Al pasar las frágiles páginas, descubrió un pasaje dedicado a los antiguos rituales de fumigación en los bosques de Águila, los mismos rituales que él había presenciado de niño. En un instante, los aromas de su pasado le invadieron, vibrando en lo más profundo de su ser: las volutas humeantes de las hierbas quemadas, el aire húmedo del bosque, las flores silvestres aplastadas bajo sus pisadas. Era como si el tiempo se hubiera replegado sobre sí mismo, despertando algo que llevaba mucho tiempo enterrado. Por un momento, el vacío que le había acompañado durante años fue sustituido por una profunda sensación de pertenencia.